La excepción que confirma la regla.
Cuando Cuba cambió de color, del total de sus 109 000 kilómetros cuadrados solo utilizaba cerca del treinta y cinco por-ciento en términos
agrícolas; hoy, usa más del sesenta por-ciento del total.
Paradójicamente, la relación de población urbana/rural antes
del desastre, era de un 60/40 aproximadamente; hoy la relación es de un
75/25. Alguien me diría: pero eso no es paradójico, al fin y al
cabo, en muchos lugares de Europa, ya a las vacas las alimentan,
cuidan, y ordeñan con un robot, que el “guajiro” holandés
controla desde el ordenador de su oficina.
Solo tengo una duda. En la Cuba
anterior al desguace, la isla era un lugar de carnívoros rozagantes
a los que les sobraba la comida; hoy, es un lugar de famélicos
omnívoros; es por eso que no entiendo cómo hoy, con más... menos ¿?. Pasamos de “la calabaza pá los cerdos”, al flan de
calabaza de Nitza Villapol, que cada domingo nos entretenía el
hambre, con una cocina, y despensa surtida con ingredientes de otro mundo.
Quien más ha sufrido los rigores del
invierno castro-comunista, ha sido la clase campesina. Los iluminatis
del Kremlin le mostraron las maravillas de los koljos soviéticos, y
al enajenado no se le ocurrió otra cosa que emularlos. Y se acabó
el campo cubano, entre planes de pangolas que arrasaron algarrobos, y
frutales en nombre de la modernidad socialista, que dejó inútiles a
palmares, y potreros, que terminarían cediendo ante el marabú; la seña
de identidad de los nuevos tiempos.
Conviví en un batey llamado Pino
durante dos años, con esas buenas, y pobres gentes; amigos con los
que al final, terminamos compartiendo miserias comunes, a las que un
medico rural no escapó, en el tiempo en que recién graduado, me
enviaron a pagar mi deuda. Y vi la angustia de cosechar sembrados
antes de tiempo para evitar fuesen robados; cerdos y caballos
durmiendo dentro de las casas, para evitar un pillaje, y todo esto producto del
envilecimiento de muchos que, atrapados en una pobreza sin salidas buscarían la ley del menor esfuerzo.
Y así está todo el campo, arrasado
después de decenios de cooperativas improductivas, recursos
dilapidados, y una clase en bancarrota material y moral, gracias a una ley de reforma
agraria, y a un sistema socialista que los perdió; porque a pesar de lo
que quieren vender hoy como reformas, en el fondo tenemos la razón
de todo este desatino: el socialismo.
Tuve el tiempo justo, para conocer de
niño el campo libre de cooperativas; donde sin electricidad, y con letrina, aislados de sus vecinos,- los pocos campesinos que resistieron las presiones-, aquella raza de cubanos amenazada de extinción, conservarían sus fincas, sus vacas, y la
posibilidad de ser o hacer lo que estimasen conveniente en sus
tierras. ¿El resultado? Se traían las calabazas por carretas, y se
apilaban para que los cerdos viniesen a alimentarse, cuando se
cansaban del palmiche, y de caminar libremente por las fincas del
vecino. Solo una vejez octogenaria, terminó por inclinar la balanza
ante una realidad de soledad; y terminaron cediendo aquellos abuelos, ante una ley infame que truncó el relevo generacional. Y nunca más hubo calabazas apiladas, ni cerdos
en libertad.
El progenitor de los Castro, allá por
los años veinte del siglo pasado, ya tenia unas diecisiete
caballerías; treinta años después, serian más de doscientas; es
lo que tiene cuando vives en un país que respeta la libre empresa. Dicen que aquel gallego,- partidario de Franco-, tenía montado
un batey en toda regla; un bar abastecido con más de 160 diferentes
tipos de bebidas y licores, una tienda, una panadería, un
restaurante, un bar, un hotel, una oficina de contabilidad, una valla
de gallos, y una escuela.
Plantaba caña de azúcar, explotaba
madera, y criaba ganado; todo ello gracias a mano de obra barata
venida de Haití. Imagino que hacía como los americanos del tiempo
de la fiebre del oro, que les pagaba, y luego les vendía en la
tienda los productos; y el dinero que les quedaba, se encargaría de
que lo “invirtieran” en los gallos. Todo un personaje, con un negocio redondo.
Por razones que espero todos
comprendan, el batey castrista está en pié a pesar de que lo quemó accidentalmente antes de que el hijo llegase al poder ; hoy, a aquello le llaman
“museo”; para mí, es la casa de los horrores. No es de la misma opinión el tiranuelo Diaz
Canel, que ha visitado al batey castrista en Birán. Allí ha dicho que
“aquí los tiempos nacen y renacen, siempre florecientes”.
Imagino que esto lo ha dicho, mirando a
los naranjales plantados por la matriarca, bajo el algarrobo centenario, a los que no alcanzó
la bulldozer del plan pangola; muy probablemente además, estaría viendo
pasear a los carneros,- todo un símbolo allí- de aquí para allá,
libremente; eso sí, en la media caballería que les guarda- otro
símbolo-, ausente de marabú.
Pero el que nace pá tamal, del cielo
le caen las hojas. Porque teniendo en cuenta que Birán, es hoy un
pueblecillo de menos de cuatro mil habitantes empobrecidos, a los que no les llega
ni la internet; aún hoy, si pudiésemos descontextualizar la historia
del socialismo que le afecta, aún con su media caballería, y todo;
los Castro seguirían siendo los mandamás del batey, los buey de oro
de Birán; con wifi de pago, en la casa de la p.... que los parió, y con todo lo necesario para mantener cautivos a sus desafortunados pobladores.
Y es que de que los hay los hay, lo que
falta es dar con ellos.
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