Inventando el agua tibia.
He leído que un cubano de Granma ha recibido un premio por
parte de EsAzúcar, una empresa de servicios a la industria azucarera – o lo que
queda de ella-, por elaborar un flan de
siropes cuya “aportación” es que no lleva leche. He buscado con tal de darle
objetividad a mi publicación, sobre las características del premio o del flan
pero nada he hallado; no obstante, mirando con detenimiento la foto, creo
adivinar que le han regalado junto al correspondiente “Diploma”, una bolsa que
intuyo lleva unas toallas, papel sanitario, y algo parecido a una prenda de
color azul. Ah, y un garrafón de aceite.
Los comunistas, sino fuera por los millones de personas
muertas que llevan a sus espaldas, tendrían un toque gracioso. A todo le
cambian el nombre con una facilidad, que si eres una persona poco curiosa de lo
que te rodea, le compras el mensaje. Y es que desde siempre, los comunistas
cubanos han intentado –hasta ahora con éxito-, sobrevivir como sistema, sin que
el país haya alcanzado hasta ahora, más que cuotas de miseria cada vez más
altas; vamos, que son especialistas en marear la perdiz.
Este premio me trae tantos recuerdos. Aquel pan de harina de
boniato de color indefinido que podías utilizar de cimientos porque a la hora
de hecho, no había quien lo troceara; o el café de trigo, explosivo como él
solo, que quemó a unas cuantas amas de casa. Enumerar las maromas que hemos
tenido que asumir para llegar hasta hoy, necesitaría de un cónclave de
historiadores que no se dejasen las miles de ocurrencias que afectaron a todos,
y todo por una única razón: la incompetencia de un sistema que se resiste a
desaparecer por la letrina de la historia.
Lo peor, que llaman a lo que es otra cosa, con el nombre de
aquella a la que quieren que tú recuerdes. De ahí que a la soja molida rociada
con sangraza para colorearla, le llamaban picadillo; todavía recuerdo a alguna que
otra vecina, diciéndole a mi madre que el secreto era echarle esto o aquello; ¡y
sabe a “carne carne”!
Tenía un vecino tornero, que decía siempre, “los americanos ya
lo han inventado todo”. Se ganó un viaje a la ex Yugoslavia a mitad de los 80
por haber “inventado” un delantal de chapillas de aluminio para los carniceros; yo le escuchaba con admiración lo de su invento, y su viaje a tierras desconocidas de las que trajo mil historias. Después de eso, no lo escuche decir lo de los americanos; porque claro,
ahora era inventor. Un día caí en la cuenta, que la cota de malla, ya la
llevaban los caballeros templarios desde hacía siglos; y seguí apreciándolo como vecino, aunque dejó de cautivarme
como inventor.
Porque los castristas estalinianos durante todo este tiempo,
solo han cambiado de nombre a las cosas que han querido pasar como suyas; y lo poco
que han ido haciendo, al no tener ni pies ni cabeza, se ha ido diluyendo entre
maleza; como el caso de los planes de escuelas al campo, o la autovía nacional.
Celebro la felicidad inocente de Joel Tamayo, que es el
nombre del ganador del premio; es un humilde cocinero que intenta hacer lo que
puede, con la herencia material y moral que le ha legado el castro comunismo: Por
un lado el no tener leche; por otro, llamarle flan a un dulce que no lleva
huevo, leche y azúcar.
Pero lo peor de todo, es que el “premio” que recibe no es
nada; más allá del estímulo del sistema para que se crea que es útil a algo
grandioso, en términos materiales lo que le han dado es poco más que nada. Intentaré por pura humanidad, que no se entere que el “flan sin
leche” que ha inventado, lo compra mi hija a cada rato en el súper, cuando no
quiere hacérselo a mi yerno…, que es alérgico a la lactosa.
Y es que va a tener razón Pedro, los americanos ya lo han
inventado todo.
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