Un asunto de Estado.
Hoy nada más abrir las RRSS para ver
como está el patio me he encontrado de bruces con una de esas
denuncias sobre lo que pasa en Cuba, que en boca de los cubanos
implicados en conseguir el fin de la tiranía, viene a echar un jarro
de agua fría en el cuerpo de los que intentamos “calentar” para
la contienda.
Están mis hermanos de causa buenamente
intentando motivar a los cubanos de dentro a boicotear la pantomima
constitucional castrista pero claro, allí están una vez más
distorsionando la información con cuanta ocurrencia creen pueda dañar al castrismo a través de quienes acuden al "acto"; y enviando soflamas de todo tipo sin entender que
el cubano necesita más que algarabía, voces serenas que les dejen un
resquicio para meditar, y darse cuenta del porqué no apoyar este
despropósito; y lo más importante, la manera efectiva para llevarlo
a cabo.
Desde que cumplí los 18 y estuve en
capacidad de participar en los procesos electorales en Cuba, quise
dejar mi huella en lo que consideraba una obligación desde mi
posición de ciudadano. Recuerdo que esperé esa primera vez como el
joven que espera le den por primera vez las llaves de la casa. Esa
vez fui de los primeros en llegar teniendo en cuenta que era por
entonces, un remolón al que costaba levantarle de la cama.
Entré y aquello no era como cuando de
pionero, veíamos a las personas entrar en el cubículo cerrado
habilitado a efectos de rellenar su voto, y que al depositarlo
teníamos que exclamar marcialmente: votó. Ahora, me encontraba con
un espacio abierto y mesas con bolígrafos dispersados para que allí,
sintiendo la mirada intimidante de los chivatos habituales que
custodiaban los colegios, tuvieses menos opciones a escribir alguna
barbaridad.
Yo cogí mi boleta, y agregué una N
al lado del circulo descargando así la venganza esperada desde hacia
mucho. Y me sentí más persona, aunque luego tuviese que salir
corriendo a por la vida racionada que te devolvía a la realidad de
tu condición de objeto; pero no me importaba, siempre supe que la
felicidad en casa del pobre no dura mucho.
Fue la única vez que me vieron.
Comprendí después de mucho pensar, viendo luego las noticias que
apuntaban a los niveles de participación, y los altísimos
porcentajes de apoyo que aquello era como el cuento de Pascual
Angulo. Si ibas y marcabas un circulo, una cruz o directamente te
cagabas en la madre de castro, a ellos eso les daba igual, lo que
importaba era que registrasen tu participación; el cambiazo ya se
encargarían de darlo los que controlaban las boletas, es decir:
ellos mismos.
Para mí, lo único importante de todos
los bailes de cifras, era una que luego buscaría en cada votación, la de los
ausentes; esa que aparecía medio disimulada. Nuca pasaríamos del cinco por-ciento, como si de una
organización exclusiva se tratase, los pertenecientes a la cofradía
de los apartados, nos encargábamos de dejar claro que había salida.
Al fin y al cabo siempre tuve y he tenido claro, que el día que no
llenen las plazas se acabó el castrismo porque en Cuba lo que
importan son las cifras; como el chiste de la puerca que parió los
cinco cerditos y que luego de escalón en escalón, al final había
parido diez.
Hoy, los cubanos no tiene más opción
que la no participación en este nuevo espectáculo, y en cualquiera
de los que les dé por organizar. Nadie está obligado a asistir,
lo sé por propia experiencia; llegaría a no formar parte en ninguna
marcha, movilización, votación o cualquier otra ocurrencia; y no es que fuese fácil, pero me resistí. Y aunque
fui un apestado a ojos del sistema, me consideré servido sabiendo que no tendrían mi foto en sus marchas mierderas ni mi nombre y
firma en sus reformas de oropel.
Hay que dejarlos vestidos y sin baile,
que es la única manera de mostrarles nuestra disconformidad. Lo
demás, es bajar la cabeza, y entrar en el juego de quienes solo
quieren contarlos como parte de su “lote”.
Y puede lograrse porque en Cuba todavía
queda dignidad y coherencia; y si no me lo creen ,cuando publiquen
las cifras, vayan al final de la nota. Verán que después de los
millones y millones esquirlados, hay una pequeña cifra de cubanos
casi imperceptible. Son alrededor de cien mil contra millones si;
pero esos, -al decir del Maestro-, son los que cargan en sí el
decoro que a tantos hoy les falta; entre otras cosas, por la
confusión en que muchos otros, los tenemos instalados.
Y guambán.
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