De puñaladas, tatuajes y otras miserias de la Cuba de hoy.
Han apuñalado a unos estudiantes de un centro educativo y la
noticia ha saltado a los medios; aunque ya los anestesistas de los medios en
Cuba se han encargado de “dulcificar” la noticia, lo cierto que esto pasa con
más frecuencia de la que se cree aunque muchas veces ni se sepa. Y es que la
sociedad cubana de hoy, es una sociedad violenta.
Dicen además, que la moda de los tatuajes ha llegado para
quedarse. En los tiempos que me tocó vivir, los tatuajes era cosa de
presidiarios, y personas al margen del sistema; personalmente no tengo tatuajes, no me gustaron nunca. Comencé a verlos con buena cara el día en
que descubrí que Dulce María Loynaz llevaba a Cuba tatuada en una mano, y
aunque me resisto aun a seguirla, rodeado como estoy hoy de personas tatuadas
es algo que veo normal; al menos aquí no veo a nadie con una imagen de
castro o del ché que si no, sería capaz de vomitarle encima o arrancarle el
pedazo.
La degradación y la ruina en Cuba, siempre he sostenido que
más que económica, es moral. La ausencia de formas y modos educados se han esfumado, y la violencia es cotidiana en todos los actos de personas que atrapadas en un círculo de miseria, tienen que responder a un entorno hostil
que les rodea, y que el castrismo con los castromafiosos al mando, favorecen
para su propia pervivencia.
La des-estructuración de la familia, y la tensión social son
manifiestas. Ahí están mis colegas en misiones que siempre he criticado desde
el punto de vista conceptual, pero que a pesar de ello entiendo como salida
viable al plan de supervivencia de una familia, que encierra la trampa de ser a
la vez su destrucción. Y es que los dos años que pasé separado de mi esposa e
hija han sido los dos años más duros de mi existencia; imagino lo que supone
para un padre o peor, para una madre, tener que marchar fuera a ganar el pan
dejando a sus hijos por detrás con la intención de salvarlos; sin darse cuenta
que lo único que nos salva es el amor y el calor de la familia, que se ha roto
por buscar lo que no es esencial y dura lo que dos telediarios.
Al final, la vida en posición de supervivencia te empuja a
no pensar más que en el plato de sopa que tienes que poner cada día; es lícito si
lo entendemos, que el cubano haya perdido las formas, y se haya vuelto
violento; y que para mí lo expresan desde que abren los ojos sin necesidad de
llegar a sacar los cuchillos, sino simplemente al no dar los buenos días o las
gracias. Pero que buenos días vas a dar, si tienes que correr detrás de la
zanahoria que te la han enganchado en un palo para que te pases el día
entretenido.
Y los hijos, las generaciones perdidas en medio de la falta
de valores que padres desesperados no reparan en sembrar porque o no están o tienen
otras prioridades más acuciantes, y que les impide ver no solo la causa real de
su desgracia, sino que están condenando a un ciclo sin fin a las generaciones
que les van a preceder.
Y así, entre tatuajes, malas formas y familias rotas van
pasando una existencia miserable, que los condena a la violencia porque un
sistema oprobioso los ha encerrado en un círculo de desesperación del que no son
capaces por sí mismos de salir, creyendo que no hay vida más allá del mundo
de color que les han pintado; y que ellos saben que es negro, pero no les
quedan fuerzas al final del día para repintarlo.
Ánimo, se puede cambiar la historia; ah, y tengan un buen
día.
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