Por mi abuelo, por todos los cubanos.
Cuenta mi madre que eran ellos una familia feliz, con sus más
y sus menos, como todos, pero al fin y al cabo felices. Y llegó Fidel con su
proyecto exclusivo y excluyente; y mi abuelo, como tantos abuelos, padres, y
hermanos, se marchó. Era cosa de unos meses, o a lo mejor días pensaron muchos,
pensaban casi todos. Y mi madre no lo vio nunca más, como él tampoco pudo ver a
mi abuela morir de cáncer sola en un hospital, sin otro aliciente que las
cartas requisadas, porque no había internet, ni facebook ni wassap, y las
llamadas de 3 minutos al mes que luego estableció Castro, todavía no eran
permitidas en el teléfono del único vecino de mi manzana que gozaba de ese
privilegio.
Cuentan que a la noticia de la inminente muerte de mi
abuela, encaneció, se descuidó, y terminó muriendo un tiempo después, de pena,
como casi todos los que dejaron atrás todo intentando conservar la dignidad, o
la vida que vale igual. Contaba mi madre, que el poco tiempo que estuvo en Cuba después
de la llegada de Castro al poder, lo hizo entre protestas, burlas al sistema que
conocía como político, e incitaciones a la rebelión, y a la disidencia a cuanta persona
se le cruzaba en su camino.
No conocí a mi abuelo, mi madre siempre me señalaba una
señal en la Carretera Central vía Oriente a la salida de Camagüey cada vez que por ahí pasábamos, y me decía: “mira,
eso lo mandó a hacer tu abuelo”. Era una señal monolítica de precaución porque venían
curvas; las mismas curvas peligrosas que vio venir para Cuba, y que le advirtió
a mi padre en una carta que conservo, acerca de los peligros a las libertades y los derechos en el
comunismo; claro, se casaba su hija menor, y él desde lejos, a su manera, quiso protegerla.
Recuerdo que llegue a Miami, de las primeras cosas que hice
fue visitar su lugar de reposo, tanto me habían hablado de aquel
hombre al que aprendí a querer después de muerto, como él a mí sin verme, que
lo consideré una obligación. Al igual que él, salí de Cuba dejando a mi familia
porque mis circunstancias eran 40 años después las mismas que un día fueron las
suyas; la intolerancia, la exclusión, y la falta de libertad determinaron mi
salida de Cuba al exilio. Siempre creí, al estar en la misma ciudad donde
reposan sus restos, que lo primero que haría a la muerte del sátrapa seria ir a
decírselo.
Hoy ha muerto Fidel Castro, el tirano que desgobernó Cuba
medio siglo, y estoy lejos, no puedo ir
a decirle que ha muerto la causa de sus males, de tantos males; no puedo ir a
brindar con él, no la muerte de un asesino, sino por la aurora de Cuba, de sus
libertades, y sus derechos, de la felicidad de sus gentes. Por esa razón estas líneas,
para estar con él, con tantos, en comunión espiritual.
Ha muerto la bestia que nos dividió, que nos obligó a vivir o morir
en tierras ajenas, que nos lanzó al mar donde no reposan casi 20 mil cubanos, que
nos llevó a dejar incluso de creer en Dios, y que nos ha explotado, y arruinado
durante medio siglo, para poder saciar su egolatría enfermiza.
No nos confundamos, a pesar de la aurora, no brilla el sol
en Cuba, Castro ha muerto pero su obra perdura, hoy a pesar de su muerte, las cárceles
están llenas de presos políticos, su maquinaria represiva sigue coartando las
libertades mas nimias, como impedir a unas mujeres asistir a Misa con una flor
en la mano.
Ha muerto la bestia abuelo, pero hay que destruir lo más
importante, su legado, descansa en paz, y si puedes, ayúdanos para que descanse
Cuba.
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