Maricón el último!
Crecí en un barrio del Camagüey, donde era frecuente el mote
como arma, y que utilizábamos desde siempre para llamarnos los unos a los otros; a
mí no hizo falta que lo pensasen mucho: cabeza. Pero claro, era evidente, qué
hacer? Luego estaba picha de gallo, mongo, moropo, y así hasta llegar a mí
hermana, que no por ser hembra se salvaba de la insidia; jicotea le decíamos,
no sin antes estar preparados, a escapar de la lluvia de piedras
correspondiente.
Para pelearnos, si alguno no quería, - como era mi caso-, te
obligaban trazando una línea en la tierra entre los dos, y decían: el que pise
primero, se caga en la madre del otro. Y había que fajarse obligado. Porque
había un insulto sobre todos los insultos, cagarse en la madre de alguien… o
que te dijesen maricón.
En el campo, recuerdo al abuelo Asterio que alguna que otra vez,
colgó de un árbol al perro que se entretenía en olerle el culo a otros
demasiado tiempo; ah maricón? le preguntaba, como si el perro supiese lo que le
estaban cuestionando. Así éramos entonces, políticamente incorrectos a matar, y
sin complejos; que al fin y al cabo, la verdad aunque pueda doler, nunca
ofende.
Porque los cubanos,-al menos hasta que abandoné Cuba-,
éramos una raza con muchos defectos, pero con algunas virtudes. Como la de
resistirnos a la tristeza, o la de llamar sin complejos a las cosas. En Cuba,
un negro es incapaz de ofenderse porque le digas negro; o un calvo que lo utilicen
de punto de referencia en medio de una muchedumbre; o una gorda que la señalen
como última de la “cola”. Allí está nuestro vernáculo para certificarlo, o
nuestro cine, para reírnos de cualquier cosa; hasta de los maricones, a los que
descubrimos sin complejos en aquel célebre “Fresa y chocolate”.
Pero todo este desenfado popular, iba al margen de los
lineamientos del PCC; que desde siempre, excluyeron a putas, maricones, tarrúes,
y defectuosos de todo tipo. Ellos estaban construyendo el “hombre nuevo”, a
imagen y semejanza del “asesino de Rosario”, el de la boina; esto fue así, al
menos hasta que tuvieron que cambiarlo por Homer Simpson, el hombrecillo
amarillo pero de billetera verde.
Hoy, los castristas,- más concretamente los militares-, van
a inaugurar un hotel para los del LGBT. Es una compañía europea quien está con
ellos en el proyecto; a los europeos los entiendo, aquí, lo mismo matan con una
facilidad pasmosa a un niño que a un viejo, y de manera legal; con igual
facilidad, una parlamentaria puede sacarse una teta en medio del congreso, o
un tío, ganar una competición de chicas. ¿Pero, en Cuba?
No tengo ningún problema con ninguno de mis semejantes, sean
de la clasificación que quieran ser, mientras vivan su vida sin dañar a terceros.
Creo que para quienes buscamos más allá de este camino, el lugar definitivo; las
decisiones, actos, y actitudes ante la vida, serán valoradas siempre y cuando, hayamos
sido coherentes con nosotros mismos, y solidarios con los demás.
Pero que quienes durante decenios, han excluido, han
marcado, han segregado a media Cuba por ser esto o lo otro; y encima los han
utilizado como ejemplos de los defectos de las sociedades capitalistas que
ellos repudiaron hasta ayer; y que ahora, encima sea esa sociedad la que les
llene de “defectuosos” a Cuba con su venia, es como para partirse de risa, o partirles la cabeza
por incoherentes e hijos de puta.
Hoy, las calles de Cuba deberían estar llenas de todas
aquellas pobres gentes que durante años han sido vilipendiadas por ser
diferentes, donde muchos de ellos no pudieron escalar socialmente por culpa de un sistema que los
marcó, y los degradó a una categoría inferior. Pero no, las calles hoy, están
vacías.
Porque en Cuba, no hay conciencia de todo el daño que los
castristas han infringido a todos; a los gays, a los trans, y hasta a los
cabezones como yo.
De ahí estas letras, no para denostar a nadie, sino para
despertarlos a todos.
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