Viejos héroes, nuevos tiempos.
Tengo frente a mí una foto, se trata de un hombre joven, de
un tiempo viejo. No puedo decir que sea un hombre fotogénico ni mucho menos,
tiene la cabeza algo desproporcionada, la expresión es triste, melancólica, y
un bigote decimonónico cubre una boca que no se alcanza a dibujar. Está flaco,
tísico al decir de algunos, pero su porte es regio, como de quien sabe a que ha
venido a este mundo; y emana de él, una fuerza que no soy capaz de precisar su
origen, acaso, intuyo que deben ser sus ojos, la mirada que deja entrever un
alma noble, un alma buena.
José Martí Perez, el más grande de todos los cubanos, fue
grande porque le tocó vivir un tiempo de héroes, un tiempo de virtud.
Cuando llegó ya no había esperanzas, los Padres de la Patria
habían aceptado el retiro sabiendo que nadie, aún cuando se tendiesen al sol, osaría
señalarlos; ya habían peleado lo suficiente y dado a Cuba sus mejores años, su
mejor sangre, la de sus hijos. Y esperaban; sabedores del protagonismo, de la
relevancia, de la pompa adquirida a sangre y fuego, de su condición de Olímpicos.
Y ahí está un desconocido, un agitador sin más méritos que el de querer ver a
su patria libre, sin más reconocimiento que el de los pocos amigos buenos que
le saben, sin más influencia que aquellas palabras que lo hacen levitar cuando
habla de Cuba. Y le escuchan, aquellos nacidos para ser escuchados, para
comandar legiones, arriman taburete, y entienden, ceden, se embarcan. Y Martí
se hace grande, se hace un gigante, porque vivió un tiempo de gigantes.
La Cuba que soñó Martí aún aguarda por alumbrar. Aunque
aquellos héroes consiguieron la independencia y La República, el país del culto
a la dignidad plena aún aguarda. Hoy, una tiranía la tiene secuestrada, y hay
hijos buenos que la lidian, que la sufren, que la sueñan, pero que no son capaces
de liberarla.
Hoy, José Martí hubiera tenido una vida difícil. Hoy, en un
mundo donde todo es “marketing”, y donde una apariencia es capaz de determinar
el éxito de una persona; hoy, cuando cubanos de aquí y de allá, pugnan para ver
quién sale en las noticias, a quién surten más y mejor de fondos, o a quién se
le ocurre la mejor idea; hoy, cuando la causa de Cuba está defendida en ocasiones
por personas a las que su egolatría, no les permite entender el sentido del
sacrificio; hoy, cuando la pretensión de muchos cubanos de sentirse personas
importantes, está por encima de la necesidad de sentirse útiles; hoy, cuando el
sacrificio de tantos, está muchas veces siendo pervertido en función de
visiones personalistas e inútiles a las necesidades de Cuba; hoy, cuando se
comercia con la libertad de su patria; hoy Martí, en su dimensión, no hubiese
existido.
En todos los hombres habita el bien y la virtud. Los héroes,
los de verdad, lo son porque entendieron un día el sentido del sacrificio, de
la entrega desinteresada; lo fueron no porque los compatriotas de su tiempo así
los catalogasen, sino porque las generaciones que les han precedido los vieron
compartir, comulgar, elevarse… y los etiquetaron.
Encontremos la virtud que habita en cada uno, echemos a un
lado todo lo que pervierte, lo que desune, lo que extravía, lo que impide la
libertad de Cuba.
Y seamos uno, seamos buenos, seamos héroes… para las
generaciones venideras.
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