Cuando no queda más, que hacerse la cama.

¿A quién no le gustan las vacaciones? Ese tiempo de relax, de mojitos, y cervezas que disfrutas en la piscina mientras tus hijos que te dan el coñazo el año entero, en esos días ni te prestan atención gracias a esa capacidad que tienen para hacer amigos de ocasión; con los que tú los vez corretear de un lado a otro, o nadar emulando a peces durante todo el día.

 Si los hoteleros son tipos afortunados, es porque inventaron el concepto de algo que a todos gusta, y que no es precisamente la comida o la piscina; porque eso lo podemos tener relativamente fácil al menos los que pisamos terrenos primermundistas ya bien sea en el patio de tu casa o en el polideportivo del pueblo; tampoco la distracción de los niños sería suficiente para el éxito masivo, teniendo en cuenta los jardines de infancia, parques, Nintendos, y Wii que pululan por esas manitas inquietas de dedos dispuestos a destrozar todo lo que se encuentran en ese mundo digital.

 El éxito real que les ha encumbrado al Olimpo de los exitosos es algo mucho más simple, y es causa central de sus abultadas carteras: el hacernos la cama cada mañana.

 Díganme que no es sabroso el levantarte a destiempo, y después de que todos han pasado por el proceso de higiene, y vestimenta para un día de emociones, contemplar con emoción como cierras la puerta de la habitación dejando un desorden monumental, sabiendo que vendrá la housekeeping obrando la magia de dejarlo todo en su sitio otra vez. 
 
Recuerdo que en los 80 en la Cuba del CAME, algunos conocidos de la familia que por su posición económica desahogada podían permitírselo, contaban de sus vacaciones o vueltas a Cuba; historias de unos días donde disfrutaban de estas cosas de privilegiados, en tiempos de “vacas gordas” prestadas desde la URSS. Personalmente mis recuerdos de hoteles son exiguos por circunstancias, y  estrecheces que padecimos en el orden familiar; luego llegó el tiempo de despertar del sueño escarlata, y todo se fue a volina junto a las vacas que regresaron a los pastos rusos dejándonos como el gallo de Morón. Entonces sí que llegaría el comunismo verdadero igualando a unos, y a otros. Y no hubo vacaciones para nadie, porque eso es un lujo que no estaba al alcance de los muertos de hambre en que convirtieron a todos los cubanos cuando se les rayó el disco de la internacional.
Desde entonces, para el cubano “normal” se acabarían las esperanzas; solo si eras puta, y pagabas al de la recepción entrabas al hotel o a la playa reservada; o si tenías la suerte de vivir parasitando a tus familiares en EEUU también, porque en Cuba desgraciadamente muchos cubanos que vivían de los rusos, al voltearse la tortilla solo pasaron de bando; otros tantos, creyeron que ahora les tocaba a ellos vivir del cuento, total, unos y otros lo habían aprendido de sus maestros castristas, la solución seguiría siendo parasitar a quien fuese.

El esfuerzo requiere sacrificios, y sin sacrificios no hay recompensa verdadera; es algo que escuché muchas veces, y que he descubierto en estos años de duro exilio. Nadie va a regalarte nada, mucho menos si se trata de la libertad que una tiranía te ha robado. No se puede esperar que alguien venga a hacer lo que estas llamado a materializar; porque no son tiempos de tumbarse a esperar sino de pelear con uñas, y dientes por lo que es tu derecho; y sin el cual, nunca podrás disfrutar de un tiempo bueno, donde puedas dejar el desorden de una habitación sabiendo que a la vuelta estará hecha a la perfección, no porque te lo merezcas especialmente, sino porque has podido pagar por ello gracias al esfuerzo honesto de tus brazos, y al sudor salvífico de tu frente.
Pero para llegar a ese tiempo de asueto, primero serán necesario el crujir de dientes, y el arrimarse codo a codo con los que quieren al igual que tú, una libertad que les permita la dignidad de una vida que merece sufrirse, pelearse, y conquistarse desde unas reglas que ofrezcan igualdad de oportunidades, y que te eviten la vergüenza de sentirte un parásito.
Porque si no, sigue la rima sirena.


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