Flor de un día.

Dicen que hay una flor en el Himalaya a unos cuatro mil metros de altura, que florece una vez cada treinta y seis años; imagino que fotografiarla en su momento florido será toda una odisea, y privilegio para el afortunado que con ella tropiece o un merito increíble para el que pacientemente se siente a esperar verla florecer. Recuerdo como si fuese hoy el día en que pasó el Halley, estaba yo en Cuba y reflexionando sobre el hecho comprendí lo trascendente, pero a la vez efímero de un evento que no volvería a repetir,  -o eso creo - al menos en esta vida; estas cosas no sé porqué me traen siempre a la memoria el chiste de la hiena risueña.

Muchas veces nos empeñamos en proyectos o nos asaltan ansiedades que nos desvelan, y donde casi siempre imbuidos en la dinámica de nuestras rutinas cotidianas, somo incapaces de entender lo frágil, lo efímero de nuestra existencia; muchas veces inhabilitados para entender la importancia de un minuto, nos empeñamos en perder horas, días, años en conseguir metas que la mayor parte de las veces son innecesarias, pero que nuestra vanidad o nuestra falta de perspectiva sobre la existencia, hace que terminemos perdidos en un campo de lechugas.

Siempre digo que apartando a los filósofos y poetas, si algún gremio tiene una clara conciencia del asunto, son los sepultureros; no en vano, - siguiendo con la dinámica chistosa-, cuando Castro decía en aquel discurso en que iba a dar menos comida, todos aplaudían excepto aquellos sabios que exclamaban; ¡trabajaremos más!

Ya dijo el filosofo griego que así como las hojas de los arboles, las generaciones de los hombres. Todo pasa, lo único que nos salva es el amor; lo único que trasciende son nuestras obras, ya bien sea la de los grandes hombres a través de la historia o la de los mortales comunes a través de una descendencia de gente buena, y positiva que logre honrar con sus acciones cotidianas el trozo de adn tuyo que guardan en las mitocondrias; y que al final cuando se juntan con otras buenas gentes, terminan haciendo historia también, a lo bestia. El resto, mierda o como diría un francés que suena más bonito, merde.

La pregunta del millón, esa que hizo a tantos acudir a Delfos para intentar cortocircuitar el trecho espinoso que supone adivinar, intuir, o respondernos a la cuestión existencial fundamental que todo ser humano en su tránsito terrenal debería cuestionarse: qué diantres hago yo aquí; que en mi caso personal vengo cuestionándome desde hace mucho sin que por ello, hoy tenga una certeza más o menos clara de a qué he venido.

Sé que no estoy solo, al menos no debería estarlo porque la humanidad para prevalecer en su forma positiva necesita de muchos que se hagan igual pregunta; porque de lo contrario nos arriesgamos a desaparecer en medio de tinieblas que los del otro bando, empeñados en la gritería sin objeto más allá del ruido desean envolvernos; o en su defecto, diluirnos para que nuestra presencia sea intermitente, como la de los cometas o las flores de un día.

Créanme cuando les digo que o espabilamos, o a esperar desde un optimismo suicida, que nos vean cada 36 o 74 años.




Comentarios

Entradas populares