Exiliado, camino a ningún lugar.

Cuba, un país de un poco más de once millones de almas tiene en el extranjero, la no desdeñable cifra de tres millones, nada, casi un tercio de su población. El castro comunismo al practicar la exclusión, a los cabezotas solo nos quedaron dos opciones: o el exilio o la cárcel; claro que no son tres millones de cabezotas fuera, se han colado muchos que han salido sin conciencia de su condición, pero que al fin y al cabo, son  víctimas del castrismo; les guste o disguste, lo sepan o no; y aunque regresen a bailarle a Castro de vez en cuando, también son exiliados.

Desde que tengo conciencia, uno de los animales que siempre dije, que de haber sido Noé no hubiese montado en el Arca, era la mosca. Ya me cayó un poco mal, cuando con pocos años vi una película en blanco y negro que me quito el sueño esa noche, fue a  finales de los 70. Claro que no fue esa la razón de mi aversión al bicho, en mi barrio, con más cerdos que habitantes por kilómetro cuadrado, y con un desgobierno que ni podía suplir las necesidades proteicas, ni era capaz de mantener condiciones higiénicas adecuadas, eran las moscas parte activa del paisaje urbano. Llegué a odiarlas, a la mesa no había nada más repugnante, o que se te posasen en la esquina del labio, nunca pude exterminarlas, pero las mantuve a raya, al menos en mis dominios.

Es duro el exilio, a los que nos ha tocado caminar medio mundo, al igual que Martí sabemos, “que no hay palacio como la casa de familia”, los amigos, las costumbres, la seguridad de estar entre los tuyos, y tus muertos.

Erróneamente, los cubanos decidimos que irnos era una solución, con los años descubro que la solución era solo un parche porque regresan las añoranzas, se busca con ansias a amigos de la infancia, comienzas a recordar cosas que parecían olvidadas, y aquellos episodios de tu vida que un día fueron grises, hoy no lo son tanto, es algo que solo el emigrante siente y sufre en silencio; los gallegos le llaman morriña.

El exilio es condena, no es premio, en ningún caso; lo sé porque hoy, las miro diferente.

“Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras amigas viejas,
me evocáis todas las cosas”.


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