Evocaciones desordenadas.

Ha regresado de un cajón de mi memoria, una excursión que hice en tiempos de escolar, y que supongo me impactó como para que ahora, cuarenta años después regresase. Fue una visita que a la edad de 11 años hicimos los de 6to a la casa de la nieta de "El Mayor". Los amigos que ruedan por medio mundo, puede que con los rigores del exilio no recuerden aquel episodio; les aseguro que yo tampoco sabia que lo tenia archivado, y es que así son las cosas de los años, que empiezas a recordar... y a añorar. Por aquel entonces nos llevaron a la calle 10 del Reparto Vista Hermosa,- no es que yo conociese la calle, es que años después sería vecino -, y llegamos a un chalet rojo oscuro en la esquina con un jardín cuidado; no se como nos controlaron con la turba que éramos, pero recuerdo mi grata impresión por haber estado con descendientes directos de quien todavía hoy, es mi héroe favorito. En mi casa había un libro negro de titulo "Ignacio Agramonte y Loynaz, Documentos"; no puedo decir cuantas veces lo leí, repase sus paginas a lo largo de mi adolescencia y juventud, intentando encontrar una definición de aquel que rescató con treinta y cinco valientes, al amigo querido. No sería hasta leer el discurso de Martí sobre Céspedes y Agramonte, que encontraría la definición perfecta del Constituyente de Guáimaro: un diamante con alma de beso. De todos los horrores de las dos guerras, para mí el que hubiesen dispersado sus cenizas para evitar que  tuviese una tumba, es imperdonable desde cualquier prisma que se mire.

Castro siempre nos tuvo encono decían los viejos del barrio, yo que crecí escuchando a viejos hablar de viejas historias, propias y ajenas, supe desde niño cosas, que no entendería hasta años después. Hubo quien contaba del pago que hubo de hacérsele al Jefe Militar de la Plaza de Camagüey para que dejara pasar a los facinerosos rebeldes que quedaron del desastre de Pino 3, y no entorpeciese la "invasión". Así, con el oro pagado por terratenientes a los que después quitaría las tierras, fue seguro el Camagüey para Castro, me contaba uno de aquellos cronistas sin nombre, que su padre había llevado parte del dinero recaudado debajo del asiento de su Chevrolet 55 para entregarlo y que el ejercito se hiciese de la vista gorda. Nunca nos perdonaría aquello, yo nunca he podido confirmar si aquello era de rigor histórico o no, pero juro que aquello llenaba mi corazón de camagüeyano manigüero.

Recuerdo el día que el hoy, San Juan Pablo Segundo, paso a mi lado bendiciéndonos, yo con mi hija levantada en brazos lo esperaba en la esquina de mi casa, pues por ahí paso la caravana de ida a la Plaza; nunca quienes nos sentíamos ahogados en la Cuba de Castro, esperábamos aquella frase que llegó como un soplo de primavera, "no tengáis miedo", me sentí respondido, como si es mismo Dios hubiese bajado a acunarme. Todo había sido meticulosamente preparado, los policías, los de la DSE de paisano acordonando a todos en línea para que no hubiese ningún problema. Pero luego pasó  que al termino de la Misa, echamos a correr todo el barrio para el mismo lugar a una calle que entonces solo había quedado con... dos policías de a pie. Imaginaos la cara de susto, de miedo en los rostros de aquellos diablos, que insistentemente nos decían que nos fuéramos pero que va, aquella marea creció y seguimos para la posición inicial, ellos, acostumbrados al ficticio "bienvenidos compañeros visitantes", nunca se esperaron aquella explosión popular, yo puedo asegurar que disfrute más que ver al Santo nuevamente, el ver y entender que el miedo podía ser reversible, y por un par de horas puedo asegurarles que cambió  de bando.

 Viajar dentro de Cuba fue algo que solo de hombre pude hacer, los únicos viajes en mi casa eran a Holguín a la casa de los abuelos Maternos, y a La Habana a casa de los primos hermanos; familia teníamos mucha, pero desde 1960, salieron con rumbo a donde no llegaban el tren, ni siquiera el avión, algún otro quedó, como el tío Arturo, en un asilo, demente en el que hasta el último día, mencionaba unas vacas que ya hacía años le habían intervenido. Luego con los años y por supervivencia, viajé mucho, y a disimiles lugares, pero siempre al Este; eso si, por pura necesidad porque fiel a mi estirpe, La Habana solo me atraía un rato, luego para atrás, a Camagüey. No se si sería mi fobia verde olivo o el hastío a la  pseudohistoria revolucionaria que siempre miré a Oriente con nauseas, Sierra Maestras, picos turquinos, desembarcos triunfalistas, todo aquello me asqueaba, y probablemente nunca hubiese ido; pero llegó el día en que mi salida de Cuba fue una realidad, y entonces nos embarcamos hacia aquella tierra porque era obligado hacerlo, habían dos poderosas razones: La Ermita del Cobre y Santa Ifigenia. Y aprendí a querer aquella parte de Cuba, entre las tumbas de Carlos Manuel, la de José Martí, y una Virgen que no sabía yo, todo lo que me tenia reservado...

Pero esa es otra historia.

Comentarios

  1. Al profético Martí y San Juan Pablo II les encomendamos. Sea la libertad de Cuba no mas allá del 2020 #AméricaUnida

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