Añoranza onírica.

Tengo hoy hambre de barrio, de azúcar y de sal voceadas a diario,
de procaces palabras usadas con estilo por él, por ella, por mí siempre,
de mamoncillos dulces de mangos vigilados, y guayabas en herencia de abuela legadas, 
del patio de una escuela, que fue más que un espacio de saltar y correr,
de gritar, de caras y cuentos que aún me asaltan algunas madrugadas.

Mi inocencia, que viene de solitarios paseos a caballo, y manigua de nidos curioseados,
de broncas entre hermanos con más celo que daño, de un  tiempo 
a Verne dedicado, a Zola también, a Honoré, al Gabo,
a domingos de música de un ayer compartido que no está,
se ha esfumado.

Mi ansiedad es de un portal disfrutado con charlas sin propósito, burlando acaso a un tiempo contra el que hoy igualmente conspiro desde un balcón desarraigado,
no escapas, pues Hermes el de las alas se aparece  pese a que como avestruz enterrado estés
y duele mi compinche vencido por un tren que antaño desafiamos,
y un teléfono mudo que no alcanza a animarlos.

Aparecen nostálgicos destellos de dominós bulliciosos e imberbes caras, 
y botellas de ron que se esconden de madres centinelas
mi nariz busca olores perdidos por la acomodaticia libertad de mercado,
como aquel café tostado y clandestino, 
irresistible hasta para el vecino de carnet encarnado.

Mi cerebro busca en mi retina, amigos desdibujados que solo el corazón reconoce,
porque después de tanto, la mente juega sucio por mucho que le implore,
mi mano tiembla con el hueso cortado, porque olvidó mi pulso las matanzas de cerdos,
el palique al sol, la carrera del hambre, y a desbrozar la realidad mortificado.

Mis sueños son cada vez más turbios, más claros, me pierdo... acaso es malo
ficción o realidad?, quién demuestra que es lícito para vivir, para escapar
cuando se tienen ganas de pisar lo añorado, de intentar ser de nuevo tú, yo... no sé?;
vuelvo a perderme, despiérteme y acabemos este soliloquio desquiciado.


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