Días amargos.

"¿A qué hemos de ir allá cuando no es posible vivir con decoro ni parece aun llegada la hora de volver a morir?...¿A qué iríamos a Cuba? ¿A oír chasquear el látigo en espaldas de hombre, en espaldas cubanas, y no poder volar aunque no haya más armas que ramas de árboles, a clavar en un tronco para ejemplo, la mano que nos castiga?".                     José Martí, 10 de Octubre de 1887.

 
Hay días que te invade una angustia profunda, el estómago se encoge y te sostienes o te derrumbas; porque llegan noticias de Cuba, y te das cuenta que para un exiliado el tiempo también es implacable, solo que mucho más.

Días como cuando te avisan que ha muerto la abuela a la que nunca más pudiste ver, y te invade una sensación de frustración por tantos caprichos no satisfechos, por tantos cafés no deleitados, que unos cuantos dineros compartidos desde la distancia no mitigan el dolor y el bochorno de comprobar que hay cosas que no tienen precio, y sabes que no hay marcha atrás, hay que seguir.

Otro de esos días te sorprende la terrible noticia de la muerte de un amigo de la infancia, un delirio esquizoide lo llevó a plantarse delante de un tren cual Quijote, y la imagen te hace tambalear, intentas decir algo a través de una llamada...y no hay palabras.

Te enteras que el patio de la escuela ya no existe, derruido por un abandono en el que está todo un país, no eres capaz de imaginarlo. Al fin y al cabo, el exiliado intentará con poco éxito, congelar un tiempo que solo está en su onírica visión de aquello que un día dejó. Y duele la distancia.

Martí confesaba a Gómez en carta, "...aquel que ha andado mundo, sabe que no hay palacio, como la casa de familia...".  Él, que había vivido destierro y exilio, supo temprano el dolor del desenraizamiento, de la ausencia del calor de la casa familiar, de la seguridad de saberte entre los tuyos.

Hoy, hay más de tres millones de exiliados cubanos por el mundo, unos con más conciencia que otros de su condición. Y a pesar de los muchos que se reconocen, hay otros tantos que se regodean en su ignorancia, en su egoísmo, en su miserable materialismo, mientras miran a Cuba y a sus gentes sin verlos, como quien da una limosna sin mirar a los ojos al mendigo, no porque le avergüence la miseria ajena sino la propia, la moral.

Los cubanos no necesitan obras piadosas, ni un turismo lacerante, ni la superchería de quienes muestran un éxito unas veces verdadero, otras falso, pero en cualquier caso innecesario a quienes,- y por la condición miserable de sus vidas -, avergonzaría nada más pensarlo.

Cuba no necesita que sus hijos exiliados pidan a gritos a otros pueblos que la liberen; ni que algunos de posiciones acomodadas intenten tomar ventaja a sus hermanos mediante la colonización de recursos o acomodos futuros del país; o la lisonja a Potencias que solo ven en ella, la oportunidad de desbordar más que liberar.

Hoy, Cuba y los cubanos necesitan nuestra solidaridad, nuestra sensibilidad, nuestra experiencia,  nuestra conciencia de exiliados. Aquellos que sabemos de añoranzas y lutos, juntémonos como las arenas del mar, para que se cumpla al fin el sueño de libertad, de dignidad.

A Cuba...a alumbrar.



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