Cría fama...
Y acuéstate a dormir, dice el refrán
sabiamente. Es lo primero que he pensado al leer que Canadá está
repensando su presencia en Cuba después de que varios de sus
diplomático, -incluidos hijos de estos-, hayan sido afectados por lo
que se ha dado en llamar Síndrome de La Habana.
Desde siempre, la naturaleza
egocéntrica del ya occiso mojón en jefe, llevó al pueblo cubano de
ocurrencia en ocurrencia; así sin plan previsto sino por el simple
acto de sobresalir y dejar una marca o de no ser posible, aunque
fuese una mancha en la historia fue que desde el comienzo castro
primero inauguró esta tendencia de situarnos en el mapamundi a lo
grande. Así fue como se trajo ciento sesenta misiles nucleares a Cuba que lo
hicieron famoso en el mundillo terrorista, y a nuestros padres casi
hace que los borrasen del dichoso mapa.
Así, fueron muchas sus locuras para
hacerse un lugar. Sin ponerse a pensar que ya se lo había ganado con
aquella locura, buscó otros horizontes. África, América Latina
serían llenadas de guerrillas, y soldados para buscar ese hueco, ese
sitio especial que solo está reservado a quienes logran algo
diferente, algo mundialmente único.
En los laboratorios de la KGB con sus
franquicias de Berlín Oeste y Checoslovaquia idearon el plan para
inundar de droga a EEUU con la idea de un final a lo apocalípsis
zombie, que al final se volvió contra todos; legándonos a las
generaciones por siempre, el flagelo de la droga a escala global.
Recibió en Cuba a cuanto terrorista
pudo encubrir viniese de aquí o de allá, mientras sirviese a sus
planes de desestabilización mundial; era tan consciente de sus
limitaciones por saberse satélite soviético, como tan poco enterado
de lo limitado que estaba para ser alguien grande; solo en esa
conjunción de factores, pudieron darse todas estas sartas de locura
por el estrellato.
Ahora gracias a Dios está muerto, pero
por desgracia nos ha dejado su pestilente, y abyecto sistema con sus
cachorros condicionados a la búsqueda de la fama.
De ahí que si castro no hubiese
muerto, hoy miraría orgulloso a un hermano acomplejado que mucho necesitó de una aprobación suya durante años o al pupilo Díaz
Canel; porque han conseguido algo grande, algo que ya estará en la
historia para siempre: han inventado una enfermedad.
Yo solamente siento que en este mundo
que corre tan deprisa los medios, y la diplomacia en general, antes
de haberlo bautizado como El Síndrome de La Habana, y solo para
hacerle justicia a una Capital de casi medio milenio que sobrevivirá
indudablemente a estos zarrapastrosos, y su fétido sistema, haya
tenido que cargar con tan repudiable honor.
Si estuviésemos a tiempo por favor,
pido por una cuestión de justicia con una ciudad que fue secuestrada
desde el engaño y la traición hace seis decenios, que no le dejen
su nombre. No sé, pónganle si quieren, dejame ver..., ya sé: El
Síndrome de Birán.
Así al menos se quejará menos gente.
Y guambán.
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