Sueño de una tarde de abril.
El 25 de abril de 1971 cuando solamente llevaba 10 meses asomado al mundo, el cagandante en jefe inauguró una escuela en Torriente, provincia de Matanzas. No era una escuela cualquiera no, comenzada estaba ya una de sus esquizofrénicas ideas que solo se le puede ocurrir a un megalomaníaco en el poder: los planes de las escuelas en el campo.
Dejo aquí por pura necesidad de análisis un extracto de la verborrea vertida ese día: "...Ya no será la escuela al
campo:ya es la escuela en el campo. Ya no son 5 semanas, 6 semanas,
40 días, 50 días, en que dejan de estudiar y realizan
esa actividad. No. Aquí se combina sistemáticamente el
estudio y el trabajo productivo diariamente. ¿Qué nos
permite? Nos permite crear la base económica también de
este plan educacional. Porque nosotros entendemos que las
producciones de estas escuelas prácticamente cubrirán
los costos de inversión de estas escuelas y los gastos de
estas escuelas. Si eso es así, ¡ah!, entonces nosotros
podemos construir escuelas de este tipo ilimitadamente. Si eso es
así, nosotros podremos seguir desarrollando esos planes....
hemos visto a los estudiantes en esas tres horas alcanzar una
productividad muy alta. Los hemos visto trabajar con una gran
energía, con una gran intensidad. Y tres horas realmente bien
empleadas cualquier joven de ustedes las realiza mucho mejor que un
adulto. Y tres horas, además, acompañadas de algunas
técnicas, de algunas máquinas, pues permiten una
productividad bastante alta...”
Resulta que quince años después en un arranque de adolescencia me planté ante mi madre y le espeté: yo no voy a estudiar en la escuela vocacional, me voy a "Sola". Decir que la dichosa "Sola" era un plan en la zona de Sierra de Cubitas en Camagüey, con 18 centros habilitados que albergaban en su interior a medio millar de educandos y suficientes educadores para unos chicos que con 15 años, llegaban a la "taranquela" para seguir el modelo del hombre nuevo: trabajar "voluntariamente" en el campo. En mi caso como en casi todos, eran actividades dedicadas al mantenimiento de campos de toronjas y naranjas y recogida de sus frutos, patatas, boniatos y lo que fuese, según la estación.
Era la selva y aunque me sirvió de entrenamiento para los tumbos que daría luego, he de reconocer que aquello era un despropósito. Profesores manteniendo relaciones con alumnas, albergues donde imperaba la ley del más fuerte, inseguridades de todo tipo y trabajo de lunes a viernes controlado por un negro a caballo llamado "Polo", que más que un compañero revolucionario parecía un mayoral de tiempos pretéritos, porque cuando nos fugábamos nos azuzaba a su perro.
Y por supuesto, el hambre. Un hambre constante en adolescentes que tenían que estudiar, trabajar, sortear cada día y todo ello, con dos bandejas diarias racionadas y un desayuno consistente en un trozo de pan y un poco de leche hervida. Por supuesto fue un tiempo al menos para madres como la mía, de intentar paliar en visitas programadas de fines de semana aquel asunto, era un momento para llenarse y nada más. Lo hacíamos sin verdadera conciencia de lo que significaba para las familias sin recursos automotrices y con salarios media de 171 pesos mensuales, aquellas comelatas sentados en el césped.
Había un aliciente, -apartando a las novias y la posibilidad que estar lejos de casa nos daba para jugar a ser mayores-, la temporada de naranjas. Nos la comíamos escondidos sin freno, al punto de que una vez en un duelo con mi amigo Nandi por ver quién comía más, me comí 24. Ninguno perdió, quedó en empate y su inmediato resultado fueron unas cagaleras que hacían al esfínter anal parecer un propulsor a chorro. El culmen del hambre fue una noche en que sin comida por defectos técnicos de la caldera de la cocina, nos comimos un perro asado debajo del colegio, al que aderezamos con sal e imaginación. Estuvo pasada la medianoche y la verdad, nos supo a gloria.
Me escaqueé del trabajo durante dos seguidos meses hasta que alguien se dio cuenta que faltaba, casi me cuesta la carrera de medicina que salvé solo por mis notas. Al final, pasé la prueba de aquellos tres terribles años y no sería hasta años después, que entendería lo maquiavélico del propósito del barbudo innombrable.
Fuimos miles, decenas de miles que por aquel proyecto pasamos. Lejos de la seguridad e influencia de nuestras familias, manipulados ideológicamente, hambrientos y sometidos a trabajar para estos desgraciados que nos utilizaron, como utilizaban a las presas de la prisión de mujeres en "Monte Grande" donde de niño visité a mi tía. La diferencia con relación a la población carcelaria aprovechada para estos propósitos, era que mientras aquellas trabajaban por mandato judicial, nosotros lo hacíamos por mandato gubernamental.
Como todos sus planes, terminó en desastre. Era un reyezuelo con ínfulas de estadista, pasando de proyecto en proyecto y fracaso en fracaso. La verdad es que solo fue un recadero del Kremlin, un pusilánime que no dudó en ponernos de punta de lanza importando más de cien ojivas nucleares "made in URSS", a cambio de que lo mantuviesen y lo elevasen a la categoría de hombre de estado. Hoy visto lo visto, -e imaginando la Cuba que heredaremos cuando por fin desterremos a la mafia oprobiosa que nos ha legado para reconstruirla con todos y para el bien de todos-, lo único que lamentaremos habrá sido no haber entendido antes, lo fácil que fue desmontar su aberrante modelo fecaloide.
Aquí está la prueba, he recibido una fotografía que muestra la actualidad de aquella "Sola" que hoy, sin la salchicha bolchevique en salvada sea la parte de la anatomía de los castro y su prodigalidad, sí que rinde honor a su nombre. Y es que aquello cayéndose a pedazos está más solo que la una. Eso sí, conserva aún una de esas pinturas gracias a la destreza de algún educando que eludiría los trabajos en el campo pintando imágenes del cagandante. Este sobrevive aún ya desdibujado y como una sombra macabra, que nos recuerda que en Cuba resulta imponderable repintarlo todo.
A por ellos!
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