Madre Cubana.

Madre no hay más que una; madre hay una sola; la mejor madre del mundo... algo así sentirán, pensarán o escribirán muchos de los que del total de esos casi ocho mil millones que habitamos este planeta, estamos enterados que a partir de mañana, -hablo de España-, y otras fechas de este mes mariano de Mayo, celebramos el Día de las Madres. Unos y otros intentaremos rellenar dedicatorias o elevar plegarias para quien es o ha sido verdaderamente un ser único porque aunque resulte una oviedad, ciertamente hay una sola cosa única entre cielo y tierra: una madre.

Dice la liturgia cristiana, que María es la Madre de Dios nuestro Señor, -o al menos el mío-,  y por ende la madre de todos. No hay nada que me conmueva más que visualizar a María acompañando a su hijo camino de la Cruz y aun así, hoy a punto de llegar a lo que dicen es la cima en términos de edad, -los 50-, miro atrás desde este exilio autoimpuesto por conservar mi dignidad humana, y el recuerdo de mi madre por un tiempo pasado comienza a superponerse en mis oraciones a María y si no me desconcentro, es por los años de entrenamiento en eso que llaman orar y porque de alguna forma, sé que en cada madre terrenal está la madre de todos. Ya sabemos aquellos hermanos en la fe, que antes de exhalar su último aliento Jesus se la entregó a los hombres en aquel mensaje: "mujer ahí tienes a tú hijo...Ahí tienes a tú madre".

Mi infancia fue dura por definición y aunque no es este el lugar donde relatarla, os diré que me trajo al mundo una mujer cuando con 18 años no sabía ni freir un huevo, en un núcleo familiar fragmentado por un abuelo que marchó al exilio obligado por su condición anticomunista y al que no conocería. Fragmentados seguimos, entre un padre que comulgando con el nuevo orden se quitó de sus responsabilidades antes de que pudiese tener eso que llaman memoria y el sustituto que llegaría un poco después, moriría en tierras africanas por expreso deseo de un loco desquiciado empeñado en destruirnos como pueblo. De ahí que antes de eso que llaman adolescencia, ya tuve "responsabilidades" que cada vez solo seguirían sumándose por necesidad y por amor a mi madre.

Tiempo de rebuscar monedas por debajo de las camas para completar los cincuenta centavos de los dos litros de leche asignados a dos hambrientos hijos que abrían y volvían a abrir la nevera buscando lo que no estaba. Fanática por necesidad del "carapacho" del pollo al punto de alcanzar mi curiosidad infantil, y que resolvió como solo sabe hacerlo una madre por lo que no sería hasta años después que descubriría la verdad de su silente sacrificio. Como otros muchos, cotidianos y donde muchas veces recostándose a mi hombro de "hombre de la casa", lograría sortear los obstáculos en un país donde la limitación era y es la norma.

Las demás de su generación correrían más o menos la misma fortuna, en un tiempo en el que llamados a construir el "hombre nuevo" a imagen de Korda, el divorcio y el abandono de los pater familias era lo natural. Pedidos de "poquitos" de sal, azúcar o simplemente los palillos de tender entre aquellas encargadas de la progenie eran nuestro pan, amargo como solo puede serlo cuando vives limitado, vigilado y censurado por quienes sádicamente se encargaban de duplicarles el esfuerzo diario para mantenerlas desenfocadas de su labor principal: formar hombres libres.

Doy gracias a Dios porque en medio de tanta locura y ansiedad por llegar a fin de mes, a fin de semana o al final del día, a mi madre le sobrasen fuerzas para unas veces de forma larvada u otras descarada, alertarme sobre la necesidad de ser yo mismo sabiéndome un cabezón irredento. Como aquella vez que ante un exámen de Marxismo a los 13 años me dijo: hijo, tú escribe lo contrario de lo que sientes.

Dicen que Mariana Grajales, la madre por antonomasia de todos los cubanos libres, miró al imberbe Marcos y le dijo: "y tú, empínate que ya es hora que te vayas al campamento". No sé si lo que relata Martí en sus crónicas sería cierto. Puede que solo lo mirase, como mi madre que ni aún en el peor de nuestros momentos dejó que perdiésemos la dignidad: solo se pide para medicinas, y aun así el que debe y paga sabe lo que le queda.

Hoy gracias al castrocomunismo estoy en la situación de muchísimos cubanos, la tengo lejos. Para redondear, a poco más de seis mil quinientos kilómetros y para complicarlo aún más, cargando una cruz muy pesada y yo sin poder ofrecerle mi hombro como tantas veces. Me consuela el hecho de que ambos sabemos que lo importante no es el viaje sino el destino y que ser parte del plan de Dios, es nuestra mayor aspiración terrena; y además, que a pesar de todo y todo el viaje ha merecido la pena solo por el hecho de haberlo caminado juntos de la mano en al menos un buen trecho.

Santa Madre de Dios ruega por nosotros pecadores... y mi rezo va hoy a mi madre, a todas las madres del mundo y muy especialmente a las cubanas. Porque no creo que haya habido para estas, mayor prueba para parir hombres libres, que los últimos sesenta años de desgobierno comunista.

Amén.




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