Historia ajena.
A través de los años en esta travesía obligada por
preservarme seguro de la miasma comunista, y de la castromafia cubana, he tratado con muchos, y de todos los lugares conocidos. Creo que a excepción de
los habitantes de las islas Fiyi, y los esquimales, todo tipo de personajes han
pasado por mis manos gracias a la poca habilidad de curandero que preservo y
ejerzo. Recuerdo una noche en que a un vietnamita tuve que hacerle el sonido de
la sirena para que entendiera que iba a ser trasladado al hospital; con el
resto de las nacionalidades me he entendido más o menos decentemente gracias al
inglés que persevero en chapurrear.
Nacer es cuestión de suerte, y aunque para un finlandés es
una suerte haber nacido en Finlandia, sé que yo he tenido mejor suerte que él
por haber nacido en Cuba. Pero claro, a los cubanos de los últimos años no nos
ha tocado tanta, al menos a los que hemos nacido bajo la ponzoña de la hoz y el
martillo, que hábilmente han utilizado los castrocomunistas desde hace decenios
para hacernos creer a muchos cuando escapamos de allí, que nos ha tocado la
lotería.
En mi trato con mis paisanos exiliados los he conocido de
toda clase y condición. Algunos más o menos enraizados por los años y la
ausencia, los otros más o menos recién llegados al baile; y en muchos de ellos
descubrí un común denominador: la apropiación de identidad.
Todos en algún momento nos hemos considerado parte de algo;
es normal, una especie de mecanismo de supervivencia para mitigar el dolor
interno de saberte ajeno, y que hemos escondido bajo toneladas de cultura
extranjera que nos permite llamarnos cubano-americanos, hispano-cubanos, y así
apedillándonos de mil maneras, vamos viviendo la vida de falsedad que no nos
atrevemos a encarar para no aceptar que solo somos unos personajes a los que la
mala fortuna ha obligado a tomar el camino del exilio que es de todos, el peor
de los caminos. Porque como siempre digo, la salida no es premio sino castigo.
Créanme que los he conocido en persona. Americanos legítimos
que no han salido más allá de Orlando, con pasaporte y todo, que se niegan a
abandonar los pastelitos de guayaba y queso o a jugar al póker en vez de al
dominó. En España ni hablar, aquí hablamos el mismo idioma, y aunque es más fácil
identificarse con lo que nos rodea, seguimos obstinadamente intentando
llenarnos con arroz, y poniendo la z donde no va.
Al final debemos convenir todos sin distinción, que no
hay más salida para nuestra redención que mirar a Cuba. Y mirarla significa
entender sus dolores, aceptar que salimos un día por error, y que por mucha
comodidad o espacios de libertad que tenemos los cubanos fuera para
desarrollarnos, y crecer como seres humanos verdaderos, nuestro ciclo no estará
completo hasta que seamos capaces de involucrarnos en buscar para nuestros
hermanos dentro, lo que nosotros hemos tomado prestado allí donde hemos ido a
parar por escapar de la tiranía.
Cada uno de nosotros será verdaderamente un hombre o mujer
completo solamente el día que sea capaz de echarse sobre sus espaldas los
dolores de Cuba, esa Cuba a la que hemos dado la vuelta creyéndonos a salvo
cuando realmente la salvación solo será posible el día que entendamos que al
nombre de cubano solo le cabe un apellido, y ese es libre.
Y ay de quien crea que su libertad es un pasaporte o un
acento asumido, esos estarán condenados a la inexistencia, a tener que explicar
con un apellido que solo ellos se creen, una identidad que han perdido por
olvidar que forman parte de un pueblo dividido en el dolor de la esclavitud.
Unos por padecer el látigo de la mafia castrista, los otros por tener que sufrir
la sensación de invisibilidad que da una vida extranjera, aunque muchos la
disfracen con gentilicios imposibles.
Cubano Libre. Ese es tú nombre y apellido; anímate a
recuperarlo.
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