En la salud y en la enfermedad hasta que la libertad nos separe.

No sé porqué hoy, al intentar elevar mi voz por Cuba a través del amasijo de ideas, opiniones y sentimientos contenidos que van acumulándose en este Blog en mi afán de prevaricar sistemáticamente contra el castrismo, la primera imagen que me ha saltado del cajón de las memorias, ha sido aquella tarde, en la Iglesia de San Lázaro en Miami donde previamente habiendo nacido del agua bautismal como uno más, y ungido con el óleo de manos del entonces Monseñor Agustín Román, bajo la batuta del Padre Oscar me comprometí en aquel: “sí quiero”.

No han resultado fáciles para ninguno de los dos el continuar todavía después de 25 años la travesía. En un mundo que te seduce constantemente a la dispersión y el artificio, el trabajar cada día perseverando por amor sí, pero también desde el compromiso, ha sido posible solo por habernos tomado la vida en serio, pues aquella cancioncilla de que la vida es un carnaval solo se lo cree... el que cantó en la escalera.

Si hoy mucha gente busca alguaciles, funcionarios públicos y hasta un Elvis desnaturalizado incapaz de cantar “Always on my mind”, es porque le rehuyen al compromiso de ponerse ante un altar y jurarse amor eterno, pues la eternidad acojona no tanto por cuestiones de amor como de compromiso. En España por ejemplo, donde las raíces religiosas se hunden en siglos de moral cristiana, la mitad se divorcia antes de que se enfríen las sábanas de la noche de bodas; a las bodas de oro solo llegan poco más del 10%, y van camino de la extinción.

Algo parecido pasa con Cuba, y sus heraldos defensores de libertades y derechos conculcados que desde fuera y en la comodidad de un sofá, cuando ya no les queda más por hacer que tranquilizar sus conciencias, dedo en mano surcan los océanos digitales en busca de Díaz Canel o se esmeran en reproducir las miserias del desgobierno de la castromafia cubana... hasta que les entra sueño. Porque entonces, arropados en sus sábanas al calor de una buena estufa o el frío de un AC, descansarán y quizá hasta sueñen,- porque lo hacen de buena fe-, celebrando una Cuba libre para siempre del horror castrista.

Pero en cuanto amanece, obligaciones y pretensiones reclaman aparcar la cosa hasta luego. Si por alguna razón se les pide colaboración que implique, dejar su zona de confort y salir al encuentro de otros que significa básicamente, doblar el espinazo y ceder desde la individualidad para alcanzar la meta común... ni hablar. Y si por un casual, lo que se le pide es que colabore con aportaciones económicas... solabaya!

El problema de Cuba no es tanto el castrismo,- que sí lo es-; ni tampoco la dispersión/falta de miras/incoherencia de una oposición en el exilio,- que lo es-; ni incluso que las diezmadas fuerzas opositoras dentro estén apocadas por la represión y aislamiento sistemático del castrismo que no les deja espacio vital,- que efectivamente lo es.

El problema de Cuba es que la gran mayoría de los cubanos dentro castrificados por décadas de oprobiosa manipulación, crean que es menos doloroso soportar el castrismo que cambiarlo. Lo peor de Cuba, es que los exiliados alzados en la manigua digital, sigan creyendo que con el dedo indice podrán acorralar a Díaz Canel y hacerle renunciar a continuar esclavizando a Cuba; y todo eso, en horario de asueto o en fin de semana... ah, y sin poner un duro.

Como dicen por ahí: un poquito de por favor anda!


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