Ajiaco cubano.
Confieso ante vosotros hermanos de afanes y sueños de los que
soy parte, - y vaya esta confesión por delante ahora y siempre-, dado este
gentilicio que honradamente asumo desde una historia que me trasciende y eleva a comulgar con lo mejor de mí, evitando así las tentaciones del Mr Hyde antillano,
-por no quedarme más remedio-, a escribir estas líneas, aunque sé de antemano en el
berenjenal que me estoy metiendo al lanzarme al ruedo y que al final, probablemente me dejen como
el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.
Somo un pueblo como todos, humanos en nuestra limitada naturaleza aunque eso sí, con ciertos tintes que nos han identificado desde siempre, y que yo achaco a la tierra y no a sus gentes. Lo digo porque nuestra población autóctona, esa que se pasaba el día jugando a los batos y fumando hojas de tabaco mientras los caribes vecinos nuestros o los vikingos lejísimo de allí, hicieron en algún momento de su historia como han hecho casi todos: cortar las cabezas de sus vecinos o asarlos en la barbacoa nosotros no, y aún cuando después la ínsula fue rellenada con peninsulares y africanos, -que aún hoy también cortan cabezas-, el producto final les salió igualmente pocho.
Porque el nuevo natural de Cuba volvió a lo mismo. Al baile, al ron, al contrabando y a fumar puros, y aunque entonces eran algo más elaborados, invitaban igualmente al relajamiento con el mismo humo resultante. Así, gracias a la perseverancia en nuestras inclinaciones, hemos mantenido como parte de nuestra cultura cubana la conga, la rumba y el guaguancó, que junto a más humo en forma de cigarrillos y ron, mucho ron gracias al azúcar que nos ha rodeado desde hace ya mucho, nos definió en términos de comunidad. Y no olvidemos… el ajiaco, -una especie de puchero multi-viandas +carne de cerdo en abundancia, que con el comunismo degeneró en “caldosa” debido a su ineficacia para la producción de alimentos y las carestías que impuso como sello en la dieta del cubano-. Y claro ya sabemos, -al menos los omnívoros-, que un caldo sin “sustancia” … es una porquería donde no importa cuáles o cuántas hortalizas pongas, al final es anodino y carente de nutrientes.
Miro nuestra cubanidad y es cierto, nos conceptualiza el colorido, el desorden y la originalidad.
El castrismo lo supo desde el inicio, desde que nos vio rompiendo gramolas que se llevaron la música y la alegría de nuestras esquinas, y a parquímetros, que igualmente se llevaron nuestra urbanidad y educación. Pero hubo uno al que no pudo desterrar… el ajiaco. Entonces ante nuestra tozudez antropológica, hizo lo que hizo con todo lo que nos empeñamos en conservar: edulcorarlo. Ahí nació la caldosa, como un sello indiscutible de los nuevos tiempos. Y hablando de tiempos nuevos, no se han fijado acaso que frente al castrismo los cubanos también somos fieles a lo peor de nosotros mismos?
Y qué vamos a hacer si los que actualmente están por la labor de enfrentarlo, nacimos en el sistema o éramos tan peques que no entendemos lo que era ser cubano, alguien que por mucho desenfado que antepusiese ante la vida, cuando se trataba de las cosas patrias, sacaba lo mejor de sí mismo... para entregarlo en el altar común.
Hoy los opositores como las viandas de la caldosa castrista, quieren el protagonismo de un caldo que no sabe a nada porque le falta sustancia o lo que es igual, esa cubanía que en términos cívicos debería estar conectada con Martí, con Agramonte y Céspedes, que es lo mismo que decir, anteponer los deseos y necesidades de Cuba a cualquier otra cosa.
Proyectos inútiles, lideres sin liderazgo, opositores sin oposición y millones de exiliados sin conciencia de ello es lo que somos en realidad, y aunque podamos asegurar que hay excepciones, es la regla y a su vez la prueba de nuestra inutilidad. Quien lo dude, solo tiene que preguntarse quién está sentado en la silla del gobierno de Cuba.
Porque sí, la prueba de nuestra incompetencia es la pervivencia de la dictadura castrocomunista y nada más. Si les duele, tómense una aspirina pero es la verdad por muy dura que nos parezca. Ni Emilia, ni UNPACU ni Cubadecide, etc etc etc, ni siquiera los nuevos anarquistas encapuchados van a sacarnos por sí mismos de este agujero pestilente donde nos tienen “aletrinados” desde hace seis décadas… o tal vez sí.
Lo que no acabamos de entender los cubanos es que todo sirve… si sirve a una causa común. Pero mientras los proyectos bien intencionados de unos u otros, sigan siendo solo eso, seguiremos nuestra marcha triunfal bajo el ignominioso liderazgo de la familia castro-espín y Diaz Canel como cabeza… de cabeza al infierno, con el co-patrocinio de todos los opositores, grupos políticos o cívicos que vamos fervientemente empedrando el camino.
Y al que no le guste que tome purgante o que frente a sus miedos y defectos… se plante.
Somo un pueblo como todos, humanos en nuestra limitada naturaleza aunque eso sí, con ciertos tintes que nos han identificado desde siempre, y que yo achaco a la tierra y no a sus gentes. Lo digo porque nuestra población autóctona, esa que se pasaba el día jugando a los batos y fumando hojas de tabaco mientras los caribes vecinos nuestros o los vikingos lejísimo de allí, hicieron en algún momento de su historia como han hecho casi todos: cortar las cabezas de sus vecinos o asarlos en la barbacoa nosotros no, y aún cuando después la ínsula fue rellenada con peninsulares y africanos, -que aún hoy también cortan cabezas-, el producto final les salió igualmente pocho.
Porque el nuevo natural de Cuba volvió a lo mismo. Al baile, al ron, al contrabando y a fumar puros, y aunque entonces eran algo más elaborados, invitaban igualmente al relajamiento con el mismo humo resultante. Así, gracias a la perseverancia en nuestras inclinaciones, hemos mantenido como parte de nuestra cultura cubana la conga, la rumba y el guaguancó, que junto a más humo en forma de cigarrillos y ron, mucho ron gracias al azúcar que nos ha rodeado desde hace ya mucho, nos definió en términos de comunidad. Y no olvidemos… el ajiaco, -una especie de puchero multi-viandas +carne de cerdo en abundancia, que con el comunismo degeneró en “caldosa” debido a su ineficacia para la producción de alimentos y las carestías que impuso como sello en la dieta del cubano-. Y claro ya sabemos, -al menos los omnívoros-, que un caldo sin “sustancia” … es una porquería donde no importa cuáles o cuántas hortalizas pongas, al final es anodino y carente de nutrientes.
Miro nuestra cubanidad y es cierto, nos conceptualiza el colorido, el desorden y la originalidad.
El castrismo lo supo desde el inicio, desde que nos vio rompiendo gramolas que se llevaron la música y la alegría de nuestras esquinas, y a parquímetros, que igualmente se llevaron nuestra urbanidad y educación. Pero hubo uno al que no pudo desterrar… el ajiaco. Entonces ante nuestra tozudez antropológica, hizo lo que hizo con todo lo que nos empeñamos en conservar: edulcorarlo. Ahí nació la caldosa, como un sello indiscutible de los nuevos tiempos. Y hablando de tiempos nuevos, no se han fijado acaso que frente al castrismo los cubanos también somos fieles a lo peor de nosotros mismos?
Y qué vamos a hacer si los que actualmente están por la labor de enfrentarlo, nacimos en el sistema o éramos tan peques que no entendemos lo que era ser cubano, alguien que por mucho desenfado que antepusiese ante la vida, cuando se trataba de las cosas patrias, sacaba lo mejor de sí mismo... para entregarlo en el altar común.
Hoy los opositores como las viandas de la caldosa castrista, quieren el protagonismo de un caldo que no sabe a nada porque le falta sustancia o lo que es igual, esa cubanía que en términos cívicos debería estar conectada con Martí, con Agramonte y Céspedes, que es lo mismo que decir, anteponer los deseos y necesidades de Cuba a cualquier otra cosa.
Proyectos inútiles, lideres sin liderazgo, opositores sin oposición y millones de exiliados sin conciencia de ello es lo que somos en realidad, y aunque podamos asegurar que hay excepciones, es la regla y a su vez la prueba de nuestra inutilidad. Quien lo dude, solo tiene que preguntarse quién está sentado en la silla del gobierno de Cuba.
Porque sí, la prueba de nuestra incompetencia es la pervivencia de la dictadura castrocomunista y nada más. Si les duele, tómense una aspirina pero es la verdad por muy dura que nos parezca. Ni Emilia, ni UNPACU ni Cubadecide, etc etc etc, ni siquiera los nuevos anarquistas encapuchados van a sacarnos por sí mismos de este agujero pestilente donde nos tienen “aletrinados” desde hace seis décadas… o tal vez sí.
Lo que no acabamos de entender los cubanos es que todo sirve… si sirve a una causa común. Pero mientras los proyectos bien intencionados de unos u otros, sigan siendo solo eso, seguiremos nuestra marcha triunfal bajo el ignominioso liderazgo de la familia castro-espín y Diaz Canel como cabeza… de cabeza al infierno, con el co-patrocinio de todos los opositores, grupos políticos o cívicos que vamos fervientemente empedrando el camino.
Y al que no le guste que tome purgante o que frente a sus miedos y defectos… se plante.
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