La Campana está quebrada.
Hoy pediré perdón por anticipado. No hay musas, solo
musarañas enrarecidas me merodean y no tienen pinta de querer marcharse. Apechugo
con lo que irremediablemente tengo que dejar salir para no reventar como “el
globo de Cantoya” o “volar como Matías Pérez” con lo que parece una especie de
lamento titilante. El médico me dice que son acúfenos.
Por suerte estamos arribando al centésimo quincuagésimo primer aniversario de aquel Octubre en el que Carlos Manuel, desoyendo a quienes querían seguir intentando marear la perdiz decide ignorar a otros que aun teniéndose por patriotas, estaban intentando prevalecer en criterios personales sobre el cómo o el cuándo. Pero aquel dueño de esclavos sabe el riesgo de que se malogren los esfuerzos por la falta de visión de lo que el país necesita y se lanza al monte tañendo su campana de bronce aquella mañana de Octubre.
Durante los diez años que duró la guerra la campana no dejaría de tocar. Luego entre el cansancio y la deserción volverían a enmudecerla, hasta que un joven sin casta ni rango, sin siquiera la fuerza física necesaria para acometerlo se la echa al hombro y la coloca nuevamente en su yugo, y toca tan fuerte que se caen las caras indecisas y se apagan las voces disonantes. Entonces durante los próximos siete años no dejaría de tocarla ni aún después de muerto, hasta aquella mañana de 1902 en que pudo al fin ser silenciada con una República.
La pusieron en un monolito y la bruñeron hasta dejarla reluciente. Y en 1940 sonó no para llamar a la guerra, sino para anunciar un tiempo nuevo de una Cuba que casi podía tocar el sueño de aquellos que habían vivido y muerto por ella.
Pero la enlodaron poco después unas botas que a paso marcial entraron en Palacio a truncar desde la ignorancia y la ineptitud un camino de civismo que abandonamos, cambiándolo por luces de neón y brindis al sol. Entonces quisimos volver a tañerla y unos que peinaban barbas nos dijeron que no, que era mejor dejarla enmudecida y dejarles a ellos el remedio. Así fue como aquel enero entró en nuestras casas colándose por las letrinas y por taparnos las narices en pos de una connivencia, dejamos abandonada a nuestra suerte.
Se la apropiaron, y durante un tiempo hicimos mucho por quitárselas. Vertimos sangre, sudor y lágrimas en el empeño pero eran muchos y los buenos solo unos cuantos locos a quienes se edulcoró de mil maneras, ante la pasividad de quienes debían verles como héroes pero habiendo aceptado la flauta del prestidigitador, olvidaron la percusión de un tiempo anterior y no los reconocieron.
Luego el tiempo pasó y como siempre pasa cuando no se tienen asideros en los que sostener una historia, todo se desdibujó hasta el punto de que el dolor infringido hoy, está a ambos lados de un mar confabulado enfrentando a alienados de un lado y extraviados del otro.
Por eso he ido a buscarla y mi primer sobresalto fue no encontrarla en el sitial. Alguien me dijo que efectivamente, esa es una copia de aluminio con un timbre débil y cascado por causa de un metal poroso y quebradizo, que no soportaría un toque de decencia. Entonces me permiten buscarla. Camino hasta un depósito abandonado donde unos hierros oxidados manchados de mierda de palomas que recuerdan a paraguayos se pudren en un proceso inclemente.
Entonces miro al fondo y la veo. Es difícil distinguirla, está quebrada de vergüenza y manchada de indignidad. La tomo como se toma una reliquia faraónica y la deposito sobre un banco para poder atisbar realmente el grado de daño. Da pena, la rajadura abarca desde oriente hasta el occidente y el fiemo cubre casi cada centímetro. Por debajo de las capas de suciedad, el metal es de un verde dolor que no necesita más palabras para describirlo. La tomo por el asa para voltearla pero tengo miedo de una herida que acusa el labio, aun así me arriesgo; tengo que comprobar si queda esperanza de un repique, aunque sea el último que haga si con ello pudiéramos despertar a vivos y muertos.
Y ahí está. Increíblemente el badajo se encuentra en su sitio. Es robusto y si puedo rellenar las heridas que la acusan, por sonar una vez más sé que lo soportaría si con ello puede ver a los esclavos, a los perdidos y a los acomplejados salir a buscar machete y coger manigua para juntarse con el resto y acabar con su pena. No puedo dar el viaje en balde, tomo una bandera y voy rellenando la grieta de azul libertad, de blanco virtud y rojo sangre. Para mi sorpresa al limpiarla descubro que la rajadura no afecta su cara interna, entonces comienzo a tener fe y mientras estoy frotándola alguien se me acerca a ayudar, y viene otros que desconozco pero igual quieren cooperar en el propósito.
Ya está, la hemos dejado bruñida y colocada. Pero no en el monolito que no ha nacido para adornar, sino en el tronco de un árbol que le da nombre al lugar, con sendas cadenas que hemos cortado a unos y otros que pedían negociaciones y tiempo, y habiendo con ellas rodeado una robusta rama la dejamos colgando del asa.
Tomo el badajo y toco, el comienzo es tímido como para no querer quebrar un equilibrio tan frágil. Pero entonces comienzan a llegar quienes solo esperaban escucharla y otros también llaman a repique, y vienen muchos más y somos multitud. Y echamos a andar llevando en nuestros corazones su sonido vibrante que a nadie deja indiferente mientras vemos alumbrar la libertad con las primeras luces del alba.
Despierto. Estoy en una cama amplia demasiado cómoda para mis huesos exiliados. Me doy cuenta de que la campana no está ni suena, ni estoy rodeado más que de sueños y ganas. Entonces me levanto y miro a ambos lados y veo a unos y otros pujando por ver quien dice la estupidez más bárbara mientras allá languidecen de pena los esclavos que no dan crédito a tanta ordinariez. Entonces sin saber porqué me siento lejos de Carlos Manuel, y me asalta el temor de terminar igual a ellos.
Corro a mi ordenador y abriendo el buscador que todo lo encuentra, tecleo esperanzado las siete letras que pueden aun salvarnos: CAMPANA.
Por suerte estamos arribando al centésimo quincuagésimo primer aniversario de aquel Octubre en el que Carlos Manuel, desoyendo a quienes querían seguir intentando marear la perdiz decide ignorar a otros que aun teniéndose por patriotas, estaban intentando prevalecer en criterios personales sobre el cómo o el cuándo. Pero aquel dueño de esclavos sabe el riesgo de que se malogren los esfuerzos por la falta de visión de lo que el país necesita y se lanza al monte tañendo su campana de bronce aquella mañana de Octubre.
Durante los diez años que duró la guerra la campana no dejaría de tocar. Luego entre el cansancio y la deserción volverían a enmudecerla, hasta que un joven sin casta ni rango, sin siquiera la fuerza física necesaria para acometerlo se la echa al hombro y la coloca nuevamente en su yugo, y toca tan fuerte que se caen las caras indecisas y se apagan las voces disonantes. Entonces durante los próximos siete años no dejaría de tocarla ni aún después de muerto, hasta aquella mañana de 1902 en que pudo al fin ser silenciada con una República.
La pusieron en un monolito y la bruñeron hasta dejarla reluciente. Y en 1940 sonó no para llamar a la guerra, sino para anunciar un tiempo nuevo de una Cuba que casi podía tocar el sueño de aquellos que habían vivido y muerto por ella.
Pero la enlodaron poco después unas botas que a paso marcial entraron en Palacio a truncar desde la ignorancia y la ineptitud un camino de civismo que abandonamos, cambiándolo por luces de neón y brindis al sol. Entonces quisimos volver a tañerla y unos que peinaban barbas nos dijeron que no, que era mejor dejarla enmudecida y dejarles a ellos el remedio. Así fue como aquel enero entró en nuestras casas colándose por las letrinas y por taparnos las narices en pos de una connivencia, dejamos abandonada a nuestra suerte.
Se la apropiaron, y durante un tiempo hicimos mucho por quitárselas. Vertimos sangre, sudor y lágrimas en el empeño pero eran muchos y los buenos solo unos cuantos locos a quienes se edulcoró de mil maneras, ante la pasividad de quienes debían verles como héroes pero habiendo aceptado la flauta del prestidigitador, olvidaron la percusión de un tiempo anterior y no los reconocieron.
Luego el tiempo pasó y como siempre pasa cuando no se tienen asideros en los que sostener una historia, todo se desdibujó hasta el punto de que el dolor infringido hoy, está a ambos lados de un mar confabulado enfrentando a alienados de un lado y extraviados del otro.
Por eso he ido a buscarla y mi primer sobresalto fue no encontrarla en el sitial. Alguien me dijo que efectivamente, esa es una copia de aluminio con un timbre débil y cascado por causa de un metal poroso y quebradizo, que no soportaría un toque de decencia. Entonces me permiten buscarla. Camino hasta un depósito abandonado donde unos hierros oxidados manchados de mierda de palomas que recuerdan a paraguayos se pudren en un proceso inclemente.
Entonces miro al fondo y la veo. Es difícil distinguirla, está quebrada de vergüenza y manchada de indignidad. La tomo como se toma una reliquia faraónica y la deposito sobre un banco para poder atisbar realmente el grado de daño. Da pena, la rajadura abarca desde oriente hasta el occidente y el fiemo cubre casi cada centímetro. Por debajo de las capas de suciedad, el metal es de un verde dolor que no necesita más palabras para describirlo. La tomo por el asa para voltearla pero tengo miedo de una herida que acusa el labio, aun así me arriesgo; tengo que comprobar si queda esperanza de un repique, aunque sea el último que haga si con ello pudiéramos despertar a vivos y muertos.
Y ahí está. Increíblemente el badajo se encuentra en su sitio. Es robusto y si puedo rellenar las heridas que la acusan, por sonar una vez más sé que lo soportaría si con ello puede ver a los esclavos, a los perdidos y a los acomplejados salir a buscar machete y coger manigua para juntarse con el resto y acabar con su pena. No puedo dar el viaje en balde, tomo una bandera y voy rellenando la grieta de azul libertad, de blanco virtud y rojo sangre. Para mi sorpresa al limpiarla descubro que la rajadura no afecta su cara interna, entonces comienzo a tener fe y mientras estoy frotándola alguien se me acerca a ayudar, y viene otros que desconozco pero igual quieren cooperar en el propósito.
Ya está, la hemos dejado bruñida y colocada. Pero no en el monolito que no ha nacido para adornar, sino en el tronco de un árbol que le da nombre al lugar, con sendas cadenas que hemos cortado a unos y otros que pedían negociaciones y tiempo, y habiendo con ellas rodeado una robusta rama la dejamos colgando del asa.
Tomo el badajo y toco, el comienzo es tímido como para no querer quebrar un equilibrio tan frágil. Pero entonces comienzan a llegar quienes solo esperaban escucharla y otros también llaman a repique, y vienen muchos más y somos multitud. Y echamos a andar llevando en nuestros corazones su sonido vibrante que a nadie deja indiferente mientras vemos alumbrar la libertad con las primeras luces del alba.
Despierto. Estoy en una cama amplia demasiado cómoda para mis huesos exiliados. Me doy cuenta de que la campana no está ni suena, ni estoy rodeado más que de sueños y ganas. Entonces me levanto y miro a ambos lados y veo a unos y otros pujando por ver quien dice la estupidez más bárbara mientras allá languidecen de pena los esclavos que no dan crédito a tanta ordinariez. Entonces sin saber porqué me siento lejos de Carlos Manuel, y me asalta el temor de terminar igual a ellos.
Corro a mi ordenador y abriendo el buscador que todo lo encuentra, tecleo esperanzado las siete letras que pueden aun salvarnos: CAMPANA.
TU VERSÓ EN FORMA DE PROSA DE HISTORIA DESUEÑO ME UMEDECEN,LOS OJOS Y ME FORMA UN NUDO EN LA GARGANTA Y NO SOLO POR LO QUE ESCRIBES TAMBIÉN PORQUE TU SUEÑO TAMBIÉN YO LO HE TENIDO..
ResponderEliminarUn sueño muy hermoso que es mi mayor esperanza! Lamentablemente, como dices, hay muchos que por mucho que hablan no dicen nada y otro montón en la isla que se hacen los chivos con tonteras mientras los que desean que esa campana repique le tratan de acallar con juicios amañados, golpizas y hasta destierro.
ResponderEliminarA los dos gracias. Porque si hay dos cubanos deseando de corazón una Cuba libre... todo es posible.
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