Al andar se hace camino.

Así escribió un poeta, “ he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas...”. No seré yo quien vaya a desmerecer a  Machado por sus preferencias ideológicas, fue grande por su verso y eso no se lo puede quitar nadie; además, como yo pero al revés, sufrió el dolor del exilio sustentado en unos tiempos de excesos e intolerancia en España, como los que me tocarían vivir a mi y a muchos que me antecedieron o han precedido hasta hoy en Cuba, con herederos de aquellos a los que admiró. 

Como él,un día me marché de mi país, decepcionado con todos, con la desidia colaboradora de unos y la mala voluntad de otros, me fui creyendo que encontraría fuera, aquel mundo ideal que nos quisieron legar otros que un día lo iniciaron y que nosotros por nuestra culpa, renunciamos a terminar. Y zarpé buscando un mundo mejor y al igual que el, “he navegado en cien mares y atracado en cien riberas...”. He buscado a través de medio mundo ese lugar donde plantar mi bandera, donde construir mi pequeño paraíso, pero al igual que el poeta, “...en todas partes he visto, caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra...mala gente que camina y va apestando la tierra...”.

He tardado en descubrirlo, al fin y al cabo andar medio mundo tiene desventajas en términos acomodaticios, pero por otra parte te da la posibilidad de conocer, y vivir experiencias que te hacen un privilegiado. Porque a pesar del dolor, el mundo está repartido de manera que también hay mucha gente buena, gente “...que danzan o juegan cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra... y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta, donde hay vino beben vino, donde no hay vino agua fresca. Son buenas gentes que viven, pasan y sueñan...”.

Hoy, rodeado de esas gentes, a pesar de vivir, danzar y soñar, siento que necesito completar el camino, necesito regresar. Llegar a Cuba, libre de excesos y maledicencias, y encontrarme gentes libres que con independencia de sus dolores personales, no sientan el látigo de la indecencia o el bochorno de la obligada perversión de sus conciencias sobre ellos; que puedan moverse a voluntad en la tierra donde por fin libres, puedan sin miedos ni embotamientos, habitar un lugar de hombres libres, de hombres vivos.

Así habremos completado el círculo de nuestra existencia, estaremos al fin en paz con Dios y con los hombres porque habremos hecho lo correcto; y entonces ese día, como antes, como las hojas de los arboles con la llegada del invierno, se cumplirá nuestro tiempo y bajará el telón, “...en un día, como tantos, descansan bajo la tierra”.

No perdamos tiempo...





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