A llorar y patear.. para mamar.

Hay veces en que la historia no necesariamente es justa, al menos en términos de reconocimiento. Es lo que he estado meditando viendo lo que nos ha tocado transitar, y transitamos hoy, en este camino apestado de indecencia en la búsqueda de un país nuevo, tal y como lo soñaron nuestros padres fundadores.

Digo estas cosas pensando en Cuba y relacionándolo con la realidad latinoamericana que hoy nos rodea en términos mediáticos y de reivindicación debido a unas libertades y cuotas de realización ciudadanas exiliadas desde hace mucho de la región. Convendremos que aunque el comunismo no inició esta perdida del norte a la felicidad, ha contribuido y mucho al mantenimiento de la des-nortización y el obscurantismo ciudadano latinoamericano.

Veo cada día noticias donde políticos, instituciones de toda seña y color, piden por el hambre y la represión en Venezuela, por los zarpasos de la hiena nicaraguense e incluso por las tentaciones inconstitucionales del esnifador boliviano. Lo que rara vez aparece en términos denunciables en esta televisión europea, es el tema cubano. Y eso duele, y mucho.


Debo decir que a pesar de mi condición de cubano, mis deseos de prosperidad y libertad se extienden desde río Bravo a la Patagonia, lo digo para que no vaya alguien a sentirse dolido o creer que menosprecio el dolor de mis hermanos, solo busco un reconocimiento de una historia falseada a propósito y aceptada por muchos; hoy entre otras cosas, por mi culpa, por tú culpa, por nuestra gran culpa de no haber entendido algo que está en el refranero popular cubano: el que no llora, no mama.

Si medio mundo presta atención y reconoce el hambre de Venezuela, es porque el drama de los venezolanos es gritado noche y día dentro y fuera de fronteras primeramente... por ellos mismos. A contraparte, y a pesar de que triplicamos en décadas el sufrimiento del sistema sociocomunista, nuestra hambre la hemos pasado entre jodederas y ufanándonos de tener el récord de haber comido en alguna ocasión desde cáscara de plátano hasta frazada de piso, y mierda, mucha mierda. Tanta como para que el mundo no se enterara de que enfermábamos por neuritis carencial por cientos de miles. Posiblemente hoy aún quede algún que otro cubano castrificado creyendo que aquello fue un virus de la CIA, mientras ve a sus hijos más bajitos y esqueléticos en cada generación por culpa del "bloqueo".


Y si Venezuela tuvo una intentona de un puñado de militares o Nicaragua unos jóvenes tirando piedras en las calles; nosotros hemos sido el único pueblo latinoamericano que envió una brigada completa a liberarnos, y peleamos en las lomas del Escambray hasta que nos asfixiaron, sin que aquellos héroes hoy sean conocidos más que como una "banda" de mercenarios, cuando la única paga que recibieron fue el presidio, el exilio o una fosa común. Y las cárceles no han parado de recibir visitantes "peligrosos" por su vocación de querer ser libres. Y el Estrecho se ha tomado más de veinte mil vidas silenciosamente o no tanto, como aquella vez en que los ayes de unos niños arrancados de sus madres a manguerazos, se hundieran en ese mar confabulado con el castrismo. Y somos millones desperdigados, sin que el mundo nos tenga en la mirilla mediática, porque quienes escapamos nos hemos dedicado básicamente a trabajar sin pedir ni quejarnos, y en muchas ocasiones, sin siquiera mirar atrás.


El proceso contrarrevolucionario de la castromafia cubana, es mirado en Europa con cierta nostalgia por su pasado marxista aún vivo, en parte de la sociedad que tiende a olvidar todo lo que en términos de sangre y sufrimiento ha provocado en la historia reciente europea esa lacra ideológica llamada hoy interesadamente, y solo con el ánimo de confundir: "de izquierda". Ese es el europeo que visita a Cuba y fotografía las ruinas de La Habana o monta en un tren desvencijado y lleno de peligros por el mal estado de sus vías, y encuentra en todo esto una "aventura". Es el mismo que se sirve de la necesidad de quienes sí tienen una desquiciante aventura diaria por conseguir algo que poner en la mesa, para prostituir a las cubanas; que diluyen su condición de prostitutas a jineteras, en un intento más de edulcorar una realidad que no se ha modificado ni denunciado lo suficiente, precisamente por nuestra desidia.

Basta ya! Es mi grito, ahogado por falta del eco necesario de estas cosas de mi patria que no encuentra en muchos de mis conciudadanos, la sensibilidad para con Cuba solo porque insistentemente busco a otros compatriotas a los que les importa cualquier cosa menos el dolor de un país secuestrado, ni las miserias de sus hermanos, exceptuando las de su círculo familiar.

No basta con decir, habrá que hacer. Y al mensaje le falta injundia, coherencia y compromiso. No basta con las buenas intenciones si no somos efectivos en la denuncia, en trasmitir el dolor de seis décadas de castrismo de todo un pueblo a esta parte del mundo hipnotizada por la manipulación castrista.

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