Agua Santa.

Hoy es el último día del año. Para todas las culturas, hoy el calendario está marcado en términos rituales o ceremoniosos; donde dependiendo de cúan cercanos o alejados estén de la línea ecuatorial, serán estas celebraciones más o menos coloridas. O como gusta decirse en ciertos círculos: folclóricas.

He vivído, y disfrutado de algunas en este caminar sin rumbo, desde que decidí dejar de ser contado entre los que habitan la ínsula grande; sí, la que otrora fuese llave del golfo, perla de unas Antillas que como medio mundo han mirado hacia otro lado durante decenios, solo por conveniencia o comnivencia, mientras su hermana mayor ha ido degradándose hasta ser casi insignificante. Un momento! no van de eso hoy estas líneas.

Hablaba de celebraciones. En Cuba este día lo he asociado a mis vivencias de un tiempo en el que en mi barrio de Camagüey, todos con mayor o menor entusiasmo se sumaban al espíritu fiestero del fin de año. Cerdos clavados en púas que daban vueltas sin cesar durante horas, mientras las gotas de grasa que caían al fuego producían ese chisporrotear característico, esa manera tan cubana de ofrendar a dioses taínos, africanos, y un seremil de espíritus danzantes nuestro incienso dulzón. Lo complementábamos bailando guaguancó, son y guaracha, sin importarnos cúanto más o menos diestros éramos; total, habitábamos una tierra de bailadores empedernidos, y bebedores obscenos a los que nunca les ha importado mucho la precisión en términos litúrgicos. Que "una ensalada sin aguacate, no tiene sabor cubano..."

Íbamos de casa en casa entre tragos de ron, por el descanso obligado de haber perdido una partida en la mesa de las fichas blanquinegras que buscaban siempre su encuadre matemático. Los ganadores bebían a pico de botella mientras se reían de aquellos que habiendo perdido la mano, les tocaba removerlas a la vez que debían soportar el escarnio de sus rivales que entre risas les decían: dale agua!

Pero todo aquel jolgorio de cerdos humeantes que devorábamos sin piedad ni complejos al compás de una guaracha; todo aquel relajo de cuerpos danzantes restregándose en la medida de lo humanamente decente, y aceptable; toda aquella cacofonía de voces descompasadas, atronadoras, y desorganizadas por el efecto del alcohol, y los decibelios, eran momentáneamente puestos en suspense cuando las manecillas del reloj se juntaban a la hora señalada para dar inicio al nuevo año. Entonces, e inmediatamente después de abrazarnos sin orden ni prioridad venidas por sangre, filiación o simpatías; deseándonos toda suerte de cosas buenas, veíamos salir de cada casa alguien que con balde en mano, lanzaba hacia la calle un agua que simbolizaba una limpieza espiritual o cuanto menos, las ganas de comenzar un poco más limpios el nuevo año.

Con los años se diluyeron los cerdos, se han apagado las risas, y se ha contaminado los acordes del son con algo que han dado en llamar "salsa"; una cesión como todas en el proceso de desculturización de un pueblo que a través de estos años, ha tenido que soportar ver perder sus signos de identidad, trastocado sus conceptos de lo decente y lo moral o reinventado su cultura culinaria en función de lo que han querido, y decidido por ellos, los cantamañanas que nos han desgobernado durante decenios de comunismo oprobioso. Eso sí, aunque hoy solo el cubano que pueda permitírselo ase un trozo de cerdo en cazuela olvidándose de la ofrenda, y aunque baile reguetón, hay algo que no han podido quitarle aún: el cubo de agua a las doce.

No sé qué pasará por la cabeza de mis compatriotas en esa Cuba secuestrada, y humillada por la castromafia, cuando a la hora convenida, lancen en unas pocas horas su agua a la calle haciendo a su vez las peticiones. Al final, el mundo para que sea mundo debe contenerlo todo; y aunque la mayoría pedirá salud o un viaje al extranjero, los habrá que pedirán hasta por la pervivencia del sistema que los oprime, y exprime.

Yo por todos, pediré al lanzar simbólicamente un vaso de agua desde mi balcón a más de seis mil kiómetros de distancia, que este 2019 en el que se cumplirám treinta años de la caía del Muro de Berlín, caígan en Cuba, las vendas de millones de cubanos que han sido sometidos durante decenios desde la manipulación, y una vida de supervivencia.

Que esa agua que lanzarán a la calle se transforme en agua santa, y que recorriendo cada calle de Cuba, despierte a mis hermanos para que de una vez puedan encontrar el camino de redención que los haga dignos, que los haga libres.

Y guambán.













Comentarios

Entradas populares